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Tengo miedo de estar tan aferrada a una cosa y no saber que pueda pasar con eso, tengo miedo de que cada lágrima derramada deje de valer lo que vale, de que cada sonrisa dada y entregada se opaque, de que esos suspiros dejen de ser lo que son, de que las miradas terminen de perderse y que esos comentarios dulces terminen convirtiéndose en ácidos de gran contingencia emocional.
Eso de tener sueños e idealismos sólo terminan confundiéndote, mientras más comentarios, menos posibilidades. El destino es realmente enredado.
Y bueno, sí, otra vez siento ese vacío. Entre mí entorno y mis miedos, no sé que me duele más. Es que el problema no es no saber que me pasa, sino que es el saber muy bien lo que me pasa. Pensar una y otra vez las cosas, pero sin reaccionar, saber pero no hacer, necesitar y no pedir.

Estos últimos días han sido muy extraños.
Tengo hambre pero no me dan ganas de comer, me han dicho que tengo ,-últimamente-, la cara re depresiva (¿vieron, tengo hasta los gestos con retardo?), ahora que mejoré.